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¿Qué hacer cuando el liderazgo se rebela?

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El desánimo no puede llevarlo a pensar en renunciar
al ministerio cristiano

Fernando Alexis Jiménez
“¿Qué hacer?” Se preguntó una y otra vez el pastor de la Congregación el día en que un grupo de líderes irrumpió en su oficina para expresarle la seria inconformidad que les asistía ante la disminución progresiva de la asistencia, la que se reflejaba en una merma considerable de los ingresos y las posibilidades de vida de la iglesia.
            --Conforme van las cosas—se quejó el diácono administrativo—pronto no habrá ni siquiera para cancelar su salario--.
            --Llevamos dos meses de atraso en las facturas de servicios básicos. Lo más probable es que nos cortarán el suministro de agua y energía—argumentó la secretaria de la junta asesora.
            --Y sin luz ni agua, no vendrá ningún creyente, menos los que no conocen a Cristo—intervino la diaconisa más antigua.

            El panorama nunca le pareció tan ensombrecido como aquél día. Daba vueltas a un lápiz entre sus dedos con nerviosismo mientras miraba a uno y otro rincón de la estancia. Nada parecía tener sentido. No encontraba razón para que años de ministerio se desmoronaran con la rapidez de aquél instante, y menos que enfrentara la intolerancia y dureza de quienes deberían estar ayudándole, y no desatando tormentas.
            ¿Renunciar? Lo pensó muchas veces. Pero entendió también que darse por rendido no era la solución. Apagó la radio, hizo a un lado el sillón y se arrodilló junto al escritorio. Estaba convencido que aquél sería un buen comienzo.

Cada vida es un mundo

            Olvidamos con frecuencia que una es la visión del líder y, en ocasiones, otra muy distinta la que tienen algunos líderes o miembros de la Congregación. Puede que usted esté trabajando porque el mundo conozca y reciba en su corazón el mensaje transformador de Jesucristo. Otros por su parte estarán sentados en las bancas esperando DISFRUTAR DE comodidad y pensando –tal vez—que todo en la iglesia es color de rosa. Cuando lleguen los tropiezos o períodos difíciles, inevitablemente reaccionarán.
            El profeta Moisés estaba cumpliendo a cabalidad la misión que Dios le había encomendado. Sin embargo –como puede ocurrirnos—no faltaban los problemas tal como podemos leerlo en el capítulo 11 del libro de Números:
            Al populacho que iba con ellos le vino un apetito voraz. Y también los israelitas volvieron a llorar, y dijeron: «¡Quién nos diera carne! ¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos gratis en Egipto! ¡También comíamos pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos! Pero ahora, tenemos reseca la garganta; ¡y no vemos nada que no sea este maná!» (versículos 4-6. Nueva Versión Internacional).
            Mientras que Moisés y Aarón, conforme a las instrucciones divinas, tenían puesta la mirada en la tierra prometida, un buen número de personas tenían ocupada su atención en satisfacer el estómago.
            ¿Ha vivido una experiencia parecida?¿Le suena similar que líderes y creyentes se levanten en crítica por razones aparentemente triviales? Si es así, los pasos que siguió el siervo de Dios definitivamente le orientarán sobre qué camino seguir.

Valorar la fidelidad de Dios

Cuando tenemos un panorama de lo que estaba ocurriendo, podemos apreciar detenidamente la infidelidad del pueblo al que Moisés estaba guiando. ¿La razón? Ellos no protestaban por hambre porque Dios les daba provisión diaria.
Desconocían la fidelidad de Dios. Lo que pretendían era satisfacerse conforme a sus propios deseos: “A propósito, el maná se parecía a la semilla del cilantro y brillaba como la resina. El pueblo salía a recogerlo, y lo molía entre dos piedras, o bien lo machacaba en morteros, y lo cocía en una olla o hacía pan con él. Sabía a pan amasado con aceite. 9  Por la noche, cuando el rocío caía sobre el campamento, también caía el maná. (versículos 7-9. Nueva Versión Internacional).

            Aprecie en estos hombres al cúmulo de creyentes que desean una iglesia “a su imagen y semejanza”. Aportan sus diezmos y ofrendas y quieren que todo se haga conforme a su voluntad. Les importa poco la visión de Dios. Les interesa es a dónde quieren llegar ellos y nada más.
            En tales cristianos que tienen la mira puesta no en las cosas del reino de Dios sino en las del mundo, se manifiestan preocupaciones como el color de las paredes del templo, cambiar las sillas por una apariencia de mayor elegancia, comprar un nuevo púlpito similar al que aprecian en la televisión o la necesidad de invertir recursos en la ampliación del parqueadero. La salvación de las almas que no tienen a Cristo en sus corazones, les inquieta poco.

La opinión de Dios

Las Escrituras advierten sobre cuál fue la posición de Dios y, también, qué hizo Moisés en los momentos de crisis. Esas son las pautas que podemos llevar a la vida práctica ministerial hoy día cuando se desaten tormentas a nuestro alrededor. “Moisés escuchó que las familias del pueblo lloraban, cada una a la entrada de su tienda, con lo cual hacían que la ira del Señor se encendiera en extremo. Entonces, muy disgustado, Moisés oró al Señor...”(versículos 10, 11 a. Nueva Versión Internacional)
            Sin saber qué camino tomar, el profeta volvió su mirada al Señor. Oró. Pidió su dirección. Es la decisión más acertada. En nuestras fuerzas agravaremos los problemas. Con ayuda de Dios las circunstancias son diferentes. El tiene todo el poder para obrar de manera maravillosa...
            El Creador le dijo: »Al pueblo sólo le dirás lo siguiente: Santifíquense para mañana, pues van a comer carne. Ustedes lloraron ante el Señor, y le dijeron: ‘¡Quién nos diera carne! ¡En Egipto la pasábamos mejor! Pues bien, el Señor les dará carne, y tendrán que comérsela. No la comerán un solo día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino todo un mes, hasta que les salga por las narices y les provoque náuseas. Y esto, por haber despreciado al Señor, que está en medio de ustedes, y por haberle llorado, diciendo: ‘¿Por qué tuvimos que salir de Egipto?” (versículos 18-20. Nueva Versión Internacional).

¿Ha caído en la incredulidad?

En apariencia un siervo de Dios no incurre en incredulidad. Esa pauta de vida tendrá cumplimiento en quien ha medido y valorado cuidadosamente la fidelidad del Señor en momentos de crisis y no teme cuando tropieza con nuevos obstáculos. Esa es la razón por la que no desconfía de las promesas del Altísimo y sigue adelante.
            Pero en el caso de Moisés... “Moisés replicó: Me encuentro en medio de un ejército de seiscientos mil hombres, ¿y tú hablas de darles carne todo un mes? Aunque se les degollaran rebaños y manadas completas, ¿les alcanzaría? Y aunque se les pescaran todos los peces del mar, ¿eso les bastaría?”(versículos 21, 22. Nueva Versión Internacional)
            Quizá en alguna ocasión, como pastor, obrero o líder ha experimentado una situación así. Falló en la fe cuando arreciaba la tormenta. Es hora de meditar en el asunto y tomar nota de cuál fue la respuesta de Dios. “El Señor le respondió a Moisés: ¿Acaso el poder del Señor es limitado? ¡Pues ahora verás si te cumplo o no mi palabra!”(versículo 23. Nueva Versión Internacional).
            En momentos en que se debata en la incertidumbre, recuerde otras ocasiones en las que Dios ha testimoniado su amor y fidelidad. No hay razón para que ahora dude o sienta temor...

No se sorprenda por las reacciones...

Es probable que usted valore la fidelidad de Dios pero quienes le rodean no asuman las cosas así. Si está preparado, nada le tomará por sorpresa y, sin duda, no permitirá que lo agobie el desánimo. Al leer los versículos siguientes, a partir del 31, hallamos que la promesa se hizo realidad y “El Señor desató un viento que trajo codornices del mar y las dejó caer sobre el campamento. Las codornices cubrieron los alrededores del campamento, en una superficie de casi un día de camino y a una altura de casi un metro sobre la superficie del suelo.”
            Cada quien recogió, mínimo, ¡dos toneladas! Estaban convencidos que ahora sí Dios y Moisés habían atendido sus demandas. Sin embargo “Ni siquiera habían empezado a masticar la carne que tenían en la boca cuando la ira del Señor se encendió contra el pueblo y los hirió con gran mortandad.”(versículo 33. Nueva Versión Internacional).
            A alguien que se quejaba de la actitud desagradecida y además temeraria de algunos líderes de su congregación le respondí que esperara en Dios. Es justamente lo que estamos llamados a hacer cuando se levantan tormentas en contra nuestra. Dios saldrá en nuestra defensa. El no deja solos a sus siervos. Más temprano que tarde responderá y usted apreciará la forma como brilla su justicia.
            Animo. Adelante. No es hora de renunciar al ministerio sino de pedir respaldo a Dios, fortaleza de Aquél que todo lo puede, y reemprender el camino. Usted no está solo. Jesucristo va a su lado...

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