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Aprendemos a orar con el Maestro de maestros

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Dios nos enseña a orar  como debemos


Por Fernando Alexis Jiménez

Cuando procuramos aprender cómo orar adecuadamente, y más si estamos desarrollando algún ministerio en la extensión del Reino de Dios, debemos acudir al ejemplo que nos brinda el Señor Jesús y que se consigna en los Evangelios.
Una buena sugerencia es que tome la Biblia y comenzando desde Mateo hasta concluir en Juan, resalte con colores cada uno de los pasajes donde se habla de la oración y de algo que era una disciplina diaria en el Señor Jesús: Orar.

Medite en esos versículos y pregúntese de qué manera puede aplicarlos a su vida. Puedo asegurarle que iniciará un proceso maravilloso de crecimiento espiritual que irá en aumento cada día.
Con más frecuencia de lo que quisiéramos, estamos muy ocupados con los quehaceres que tenemos escritos en la agenda, pero también aquellos que salen al paso y que nos resultan inevitables.
Abrimos los ojos al sonar la alarma del reloj despertador—lo más probable es que el primer pensamiento sea para Dios--, e inmediatamente tomamos conciencia que llegó la hora de emprender un nuevo día y de atender múltiples compromisos, compromisos que a veces nos esclavizan.
¿Cuál es el primer punto que debemos atender? Sin duda el hablar con Dios, quien guía nuestros pasos y es quien prospera nuestros planes y proyectos cuando los sometemos en Sus manos (Salmo 37:5) Pero, seamos sinceros: No lo hacemos así.
Generalmente saltamos de la cama y emprendemos el ritual de arreglarnos, tomarnos un desayuno ligero e ir al trabajo; nos ocupamos ocho horas o quizá más en la oficina o la factoría, y regresamos cansados para reiniciar el ciclo unas cuantas horas después.
Nuestro amado Salvador  iniciaba su día en oración. El evangelista Marcos relata que: “A la mañana siguiente, antes del amanecer, Jesús se levantó y fue a un lugar aislado para orar.”(Marcos 1:35. NTV)
¡Claro que las jornadas de Jesús eran intensas, pero aun así, no por ello dejaba de orar! Esa práctica de intimidad con el Padre que era cotidiana en el Salvador, no era cuestión de unas veces y otras no, sino de todos los días, recién comenzaba a amanecer.
Como apreciará, es tiemplo de aplicar modificaciones a nuestra cotidianidad y empezar cada mañana en oración, que sin duda, agrada a nuestro amado Creador.
No podría despedirme sin antes hacerle una invitación: Reciba a Jesucristo en su corazón como su único y suficiente Salvador. Puedo asegurarle que no se arrepentirá. Hoy es el día para tomar esa decisión.

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