¿Has herido a tu familia? Es tiempo de arrepentirte y pedir perdón |
Fernando Alexis Jiménez
El desaliento acompañaba a los esposos que llegaron a
recibir orientación, por un convencimiento que les venía rondando de tiempo
atrás: el único camino era la separación. Sin embargo, les inquietaba el
destino de sus hijos. Tenían dos chicos, uno de cinco y otro de ocho años. Los
niños lloraban cuando les veían pelearse. ¿Era justo que, en adelante, no
tuvieran padres por el deseo de separarse?
Nuestro
adversario espiritual es quien ha venido sembrando la idea de que el divorcio es
la salida a las crisis del hogar. Esa es la razón por la que esta idea ha
tomado tanta fuerza. “Si las cosas no
marchan, hay que separarse”, es la frase que escuchamos con mayor
frecuencia.
Recuerde
que la Biblia nos advierte: “¡Estén alerta! Cuídense de su gran enemigo, el diablo,
porque anda al acecho como un león rugiente, buscando a quién devorar.”(1
Pedro 5:8. NTV)
La separación no es, no ha sido ni será jamás una
alternativa, por el contrario, constituye la vía más expedita para entrar en un camino hacia el abismo. Si realmente
creemos en un Dios de poder, lo que hacemos es procurar que Él nos ayude.
Es en
momentos como esos, que cobra particular vigencia lo que enseña el autor y
conferencista, Gary Rosberg: “Preparar
parejas a prueba de divorcio es dirigirlas en la dirección adecuada y
prepararlas para el viaje en busca de reconquistar el sueño del
matrimonio…existe un camino que conduce de vuelta al matrimonio que siempre
quiso. Este camino, arraigado en la Palabra de Dios, es posible y necesario…”
(Gary y Barbara Rosberg. “Matrimonios a
prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2004. Pg. 51)
Es
importante—en eso es necesario insistir—que hagamos un alto en el camino y
reconozcamos dónde y cómo está nuestro matrimonio, y pidamos ayuda a Dios con
el propósito de que nos ayude a restaurarlo.
Las familias no
podemos morder el anzuelo
Usted es padre o madre, y sabe que tiene a cargo unos
hijos que ama, pero igual, corren enorme peligro. La sociedad en la que nos
desenvolvemos, es una sociedad sin principios ni valores que amenaza, que les
ofrece drogas, alcohol, comportamiento inmoral y rebeldía, legitimada por
progenitores que soportan el que sus vástagos actúen como quieren.
Es
allí donde reconocemos que nuestro Adversario, Satanás, está detrás del
escenario. El Señor Jesús lo advirtió cuando instruyó a sus discípulos y a
nosotros hoy: “El propósito del ladrón es robar y matar y
destruir; mi propósito es darles una vida plena y abundante.”(Juan 10:10. NTV)
No
podemos desconocer, en ningún momento, que hay un enorme peligro, razón por la
que—una de nuestras prioridades—es orar por nuestro cónyuge y nuestros hijos.
Recuérdelo siempre: no podemos morder el anzuelo.
Todo comienza
tiempo atrás
El problema de los matrimonios no se produce cuando se
está compartiendo la vida. En realidad y si lo medita cuidadosamente, comienza
cuando se da el noviazgo. Es allí donde apreciamos si hay inmadurez, falta de
respeto del uno al otro, si no hay una adecuada valoración y algo más grave
aún: si en medio del noviazgo se incurre en inmoralidad sexual, que es la
semilla de un futuro fracaso.
En
ese acercamiento primario es donde descubrimos si quien va a ser el esposo o la
esposa, tienen al menos uno de los siguientes comportamientos equivocados:
a. No sujetarse a ninguna autoridad. En el
matrimonio, sin duda, no tendrán respeto por el cónyuge.
b. Falta de consideración y respeto por los
demás
c. No buscar salidas concertadas a los
problemas y las crisis
Ahora,
es cierto, toda situación de crisis tiene solución, pero es necesario que
comprendamos nuestra vulnerabilidad como familia, y sometamos todo
inconveniente en manos de Dios.
¿Qué hacer si hay heridas y dificultad para perdonar?
Todos se sorprendieron cuando
Lucía entró por la puerta principal. Y se sorprendieron porque había pedido
visitar al asesino de su hijo adolescente. Lo hizo sin asomo de rabia, con
calma. Sus pasos por los pasillos fueron lentos. Por fin estuvo en la puerta
enrejada. Abrieron la cerradura. Lucía se quedó mirando al hombre,
relativamente muy joven, y le dijo con palabras quedas: “Te perdono”.
¿Le parece extraño? Sin duda que sí, porque la sociedad
en la que nos desenvolvemos, nos enseñó a
guardar rencor, y no perdonar. Es un paso esencial que parte de una
decisión en nuestro corazón.
Un matrimonio puede haber sufrido, con el paso de los
años, fuertes heridas emocionales que han golpeado a cada uno de los
componentes del hogar. “No puedo perdonar”,
decía una esposa golpeada emocionalmente por su cónyuge. Los hijos eran quienes
estaban llevando la peor parte. Todo el aconsejamiento giró alrededor de la
necesidad de perdonar, aun cuando ella decía que era imposible.
Le invito a considerar lo que enseña el consejero
familiar, Gary Rosberg: “El matrimonio soñado no
implica que no nos provoquemos heridas. No supone que ya sepamos todo lo que
hay que saber acerca del otro. No supone que las circunstancias difíciles no
azotarán nuestro matrimonio y de ninguna manera quiere decir que la cercanía y
la comunicación se produzcan de manera automática. Puedes viviren el sueño
mientras que a la vez te esfuerzas con diligencia por mejorar tu matrimonio. En
realidad, ese es el estado normal de una relación matrimonial saludable…” (Gary y Barbara Rosberg. “Matrimonio a prueba de
divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2004. Pg. 33)
Es necesario que reconozcamos cuando hemos ofendido a la familia y pedir perdón a tiempo |
Solamente Dios puede colocar en nosotros esa capacidad de
perdonar, aún a aquellos que deliberadamente nos están causando dolor y daño
físico.
En la
Biblia leemos una escena dramática que trae enseñanzas
prácticas para nosotros hoy. Tras haber sido hallado culpable de predicar el
evangelio de Jesucristo, Esteban –uno de los diáconos del primer siglo—fue
condenado a morir apedreado. “Y echándole
fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies
de un joven llamado Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y
decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz:
Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto,
durmió”(Hechos 7:58-60).
¿Quién pudo concederle esa capacidad de perdonar a
quienes estaban lacerando su cuerpo con piedras? Dios. Él es quien nos ofrece
esa hermosa posibilidad, y no solo posibilidad sino poder para hacerlo.
El texto nos enseña que la voluntad divina es que en
nosotros haya perdón, como a su vez lo enseñó el Señor Jesucristo: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces
perdonaré a mi hermano que peque contra mi?¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te
digo hasta siete, sino aún hasta setenta veces siete”(Mateo 18:21, 22)
¿Sólo pudieron algunos perdonar? En absoluto. Todos
tenemos—con ayuda de Dios—ese poder. El apóstol Pablo escribió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”(Filipenses
4:13)
Si deseamos perdonar, es esencial someterse a Dios. Un
segundo paso es entregarle todo nuestro dolor. Cualquier daño que nos han
causado, debe quedar sepultada en el pasado. El presente y el mañana están
delante de usted. La única forma de disfrutar lo que resta por vivir, sin
rencores, es involucrando a Dios en el problema. El perdón es necesario, y Él
con su divino poder le abrirá las puertas para perdonar.
© Fernando Alexis Jiménez
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