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No se haga partícipe de las murmuraciones

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No podemos hacernos partícipes de las murmuraciones
contra otras personas

Fernando Alexis Jiménez
Aun cuando el boticario se atrevía a decir, en el marco del parque principal, que en ese pueblo eran tan honrados que ni siquiera alguien se atrevía a robarle un beso a su novia, un día cualquiera se encontraron con la sorpresa de que las campanas de la parroquia habían desaparecido. Sólo dejaron una manilla y dos  nudos. Todos estaban espantados: desde el alcalde, pasando por el cura hasta las viejas beatas que no paraban de rezar en las tardes, al calor del sol cuando menguaba.
            Y comenzaron a tratar de determinar quién sería el ladrón. Tanto elucubraron, atando cabos, que pronto coincidieron que un mendigo que dormía en las sillas de la plaza, era el autor del hurto. Y sin más, lo encarcelaron. Estuvo tres meses preso.
           
La sorpresa fue cuando, en una ciudad cercana, descubrieron al autor verdadero del robo. Lo capturaron cuando pretendía vender las campanas, aludiendo que eran fabricadas con bronce de buena calidad.
            Y dejaron libre al mendigo, que por aquél momento estaba muy delgado, con los ojos escondidos y una barba descuidada. Un émulo del quijote de la mancha. Una murmuración le había causado mucho daño, y su tristeza permaneció por mucho tiempo.

Destruimos o edificamos con las palabras

            ¿La ha ocurrido alguna vez que murmuró de alguien y descubrió, tiempo después, que estaba en un error? Quizá aquél a quien acusó, era inocente. Probablemente usted mismo fue la víctima. ¿Comprende el dolor que se siente cuando se experimenta la terrible carga de una acusación sin fundamento? Los seres humanos deberíamos ser más cuidadosos cuando hablamos.
            El libro de los triunfadores que es la Biblia nos enseña: ¡Entonces refrena tu lengua de hablar el mal y tus labios de decir mentiras!”(Salmo 34:13)
            Todos—usted, yo, el vecino—de una u otra manera hemos incurrido en injusticias por murmurar de personas inocentes. Lo doloroso—también para nosotros—es descubrir que estábamos equivocados en nuestra apreciación. Que juzgamos, que calumniamos, que dañamos a otros por no medir el alcance de nuestras palabras.

Estamos llamados a imprimir cambio allí donde
estamos, poniendo nuestra posición clara frente
al chisme y hablar mal de los demás
Hay tiempo de guardar silencio

Lo ideal es que antes de decir algo, evaluemos si vale la pena, o lo mejor es callar. Recuerde que, como lo anotan las Escrituras, hay tiempo para hablar, pero también tiempo para callar: Un tiempo para rasgar y un tiempo para remendar. Un tiempo para callar y un tiempo para hablar.”(Eclesiastés 3:7. NTV)
            Quien nos concede la sabiduría necesaria para medir el alcance de nuestras palabras, es Dios mismo. Él nos permite guardar prudencia. Ahora, si reconocemos que por la  imprudencia y a la vez necedad, dañamos a otras personas, lo más justo es que pidamos perdón. Es procurar resarcir, aun cuando resulta literalmente imposible, parte del daño causado por hablar mal de los demás.
            Ahora, si alguien viene a ponerle tema de su prójimo, asuma una actitud diplomática pero vertical. Dígale que no está interesado en hablar de quien no está presente. Es una decisión oportuna que le librará de muchos dolores de cabeza.
            La decisión solamente la puede tomar usted. Y otra, que no puede eludir, es abrirle las puertas de su corazón a Jesucristo y permitirle que obre poderosamente en su vida, trayendo cambio y crecimiento personal y espiritual. ¡Hoy es el día para tomar esa decisión!
© Fernando Alexis Jiménez
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