No podemos hacernos partícipes de las murmuraciones contra otras personas |
Fernando
Alexis Jiménez
Aun cuando el
boticario se atrevía a decir, en el marco del parque principal, que en ese
pueblo eran tan honrados que ni siquiera alguien se atrevía a robarle un beso a
su novia, un día cualquiera se encontraron con la sorpresa de que las campanas
de la parroquia habían desaparecido. Sólo dejaron una manilla y dos nudos. Todos estaban espantados: desde el
alcalde, pasando por el cura hasta las viejas beatas que no paraban de rezar en
las tardes, al calor del sol cuando menguaba.
Y comenzaron a tratar de determinar
quién sería el ladrón. Tanto elucubraron, atando cabos, que pronto coincidieron
que un mendigo que dormía en las sillas de la plaza, era el autor del hurto. Y
sin más, lo encarcelaron. Estuvo tres meses preso.