No podemos seguir viviendo bajo ataduras del mundo |
Fernando
Alexis Jiménez
S
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olo cuando llegó a viejo, a
las puertas de partir a la eternidad pero con la indeclinable decisión de
seguir leyendo hasta que pudiera ver, Raúl pudo decirme una tarde --en su
melancólica y solitaria habitación, en Santiago de Cali--, que había alcanzado
madurez personal y espiritual.
--Ahora sí creo que puedo
irme—dijo--. He aprendido a llevarme bien con Dios y con quienes me
rodean—y acto seguido me mostró las fotografías recién tomadas de sus hijos
y de sus nietos--: Por ejemplo, ya no peleo con ellos –los señaló en la
gráfica—y con éste, el más pequeño de todos ¿lo ve?, he aprendido a
comunicarme porque no niego que hasta hace un tiempo me impacientaban los niños--.
Y aunque lamenté no haber
estado en sus últimos momentos, o al menos durante las exequias, me invade la
tranquilidad de saber que Raúl llegó a ese estado de equilibrio en el que
encontramos sentido a la existencia...
¿Usted disfruta de una vida plena?
Alcanzar la plenitud en la
vida ha sido por años una de las preocupaciones de todo ser humano. Es una
inquietud que asalta a quienes están cansados de tener tropiezos con todo el
mundo, de mantener unas relaciones deterioradas con su prójimo, y de enfrentar
un vacío espiritual que nada puede colmar.
Esta es quizá su situación.
Por momentos desearía salir caminando sin rumbo fijo. Siente que las cosas no
funcionan bien. El matrimonio es un caos, su lugar de trabajo un infierno, pero
lo más alarmante: usted experimenta un desasosiego permanente. No le permite
vivir en paz.
¿Cuántas veces ha añorado
despertar una mañana y llenarse de alegría con el sol que golpea su ventana, de
entusiasmo con el saludo amable de quienes le rodean, y de optimismo con el
buen desarrollo de sus actividades cotidianas?
¿Se da cuenta que se trata de
una aspiración válida? Nos asiste a todos los seres humanos...
¿Dónde encontrar esa plenitud?
El apóstol Pedro, tras revisar
los textos antiguos acudió a unos cuantos versículos de los Salmos y plasmó su
respuesta en la primera carta que dirige a los creyentes de Asia y regiones
vecinas. El plantea: “En efecto,
"el que quiera amar la vida y pasar días felices, guarde su lengua del mal
y sus labios de proferir engaños.”(1 Pedro 3.10.
Nueva Versión Internacional).
La perspectiva que tiene es
clara: se requiere de cambiar nuestras actitudes en las relaciones que
mantenemos con el prójimo. Y el primer paso es desechar la maldad y la mentira.
Esas dos inclinaciones son sumamente perjudiciales, pero a la vez, muy sutiles
para tomar fuerza en nuestro comportamiento.
Al respecto es importante que
revisemos hasta qué punto engañar y diseminar maldad se han constituido en hábitos
que incorporamos a nuestro diario vivir. Con ayuda de Dios—en sus fuerzas y no
en las nuestras—es necesario vencer esa inclinación.
La radicalidad en nuestras decisiones
Con demasiada frecuencia nos
debatimos entre la disposición de cambiar y la tendencia a seguir haciendo lo
mismo que hasta hoy, así nos haya traído desilusiones y desavenencias. Sabemos
que nuestro comportamiento no el más indicado, sin embargo, seguimos ahí, como
atados al sillón, sin poder movernos a uno u otro lado.
En circunstancias así cobra
vigencia la exhortación de Pedro cuando escribe: “Apártese
del mal y haga el bien; busque la paz y sígala.”(1
Pedro 3:11. Nueva Versión Internacional).
Dios desea que experimentemos una vida plena |
Apartarse amerita una
decisión. Y cuando usted y yo tomamos una determinación, si es para el
bienestar, debemos ser radicales. Las ambivalencias no llevan más que al
fracaso y a la frustración.
Dios es quien nos otorga las
fuerzas necesarias para permanecer firmes en esa decisión de cambio.
Dios respalda el anhelo de transformación
Alguien me decía: “Deseo
cambiar, pero sí que es difícil”. Y me identifico con esa persona. Es
difícil cuando nos proponemos esas modificaciones en los hábitos y actitudes
fundamentados en las buenas intenciones o las capacidades que nos asisten en
todos los órdenes. En condiciones así, siempre tropezaremos con una pared
difícil de superar.
Para responder al interrogante
de ¿Qué hacer? El apóstol Pedro escribe: “Porque el
Señor mira con buenos ojos a los justos y sus oídos están atentos a sus
oraciones, pero mira con indignación a los que hacen el mal." (1
Pedro 3:12. Nueva Versión Internacional).
Dios conoce sus luchas. El
conoce la batalla que libra en esa disposición de avanzar en el crecimiento
personal y espiritual. Y como lo leemos en el texto: “... sus oídos están
atentos a sus oraciones... ”.
Nada determina que usted no
pueda cambiar. Por el contrario, todo apunta a que puede avanzar en ese
propósito. Si lo hacemos, como si escaláramos una montaña, ascenderemos en ese
propósito de alcanzar placidez en la vida.
¿Pudo darse cuenta? El asunto
está en ese crecimiento que se produce cuando mejoramos las relaciones con Dios
y con quienes nos rodean. Es el punto de equilibrio. El estado hacia el que
debemos llegar y al que, sin duda, llegaremos con la ayuda de nuestro amado
Señor Jesucristo.
Si tiene alguna inquietud, no
dude en escribirme ahora mismo a webestudiosbiblicos@gmail.com o llamarnos al
(0057) 317-4913705
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Fernando Alexis Jiménez
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