Dios nos fortalece para que podamos experimentar crecimiento en todas las áreas |
Por Charles Stanley con aportes de Fernando
Alexis Jiménez
Recuerdo cuando mis hijos, muy pequeños, jugaban a las
escondidas. Me llamaban a buscarles y pronto sabían dónde estaban. Por
supuesto, hacía como si no lo conociera, es decir, el lugar donde se
refugiaban. No obstante, pronto les decía: “Te
encontré”. Algo maravilloso, porque reían a carcajadas y no sabían cómo podía yo saber su
ubicación.
Igual
ocurre con nosotros hoy, y con nuestra familia. Dios nos conoce a plenitud, lo
que pensamos, aquello que nos despierta temor, y por supuesto, nuestras
expectativas. Es necesario rendirnos a Él.
Le
invito a considerar lo que enseña el doctor Charles Stanley: Cuando
consideramos la omnisciencia y la omnipresencia de Dios, es fácil sorprendernos
de que los cristianos traten de huir de Él. Jonás demostró, sin duda, que eso
no puede hacerse, pero la gente sigue intentándolo. ¿Por qué?
A
veces, las personas que tratan de huir de Dios están actuando por pura soberbia
—parece que creemos saber lo que es mejor para nosotros, sin importar lo que
Dios piense o diga. A veces, nos negamos rotundamente a obedecer por temor: nos
da miedo fracasar; nos preocupa que los demás puedan criticar nuestros
esfuerzos; o quizás tememos que la obediencia pueda ser demasiado costosa.
Pero, no importa la razón, muchas veces no somos capaces de reconocer lo
costoso que resulta rechazar al Señor y tratar de huir de Él.
Olvidamos lo que dice la Escritura,
en el sentido de que Dios nos conoce a plenitud: “Oh Señor, has examinado mi corazón y sabes todo acerca
de mí. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; conoces mis pensamientos aun
cuando me encuentro lejos.”(Salmo 139:1, 2. NTV)
Jonás
pagó un alto precio por su rebeldía. No solo experimentó la vergüenza, el
terror y el sentimiento de culpabilidad, sino que además puso en peligro la
vida de hombres inocentes. No se puede huir del Señor sin imponer un duro
castigo a personas inocentes.
Cuántos
padres y cuántas madres abandonan a sus hijos, y dicen: “Puedo hacer lo que yo quiero. Es mi vida”. No, no es así. No se
puede dejar a unos hijos sin padre o madre, y no cosechar dolor y sufrimiento
durante toda la vida. Ni tampoco se puede pecar contra el Señor sin pagar un
precio terrible y herir a otros al hacerlo.
A
pesar de esta terrible realidad, también es cierto que Dios es perdonador; Él
da una segunda, una tercera, en realidad, muchísimas oportunidades (Jon 3.1).
El cuidó a Jonás, y también cuidará de usted.
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