Es tiempo de buscar a Dios en este día... |
Fernando
Alexis Jiménez
Se averió el auto. Justo cuando Jairo atravesaba
una avenida transitada de la ciudad. Los otros autos pasaban raudos y hacían
sonar la bocina. No faltó quien le llamara “aprendiz”,
y la señora malhumorada que le hizo una seña grosera con la mano. El hombre
estaba furioso. Si no fuera porque le veían, de buena gana habría agarrado los
neumáticos del carro a puntapiés.
¿Qué hacer? Se formuló la pregunta una y otra
vez. No encontraba aparente salida al laberinto. Miró dentro. La Biblia estaba
abierta en el evangelio de Marcos, que leía por pequeñas porciones mientras el
semáforo hacía el cambio de luces de rojo a verde. ¡Claro! Buscar a Dios… Como
si un bombillo se iluminara. Inmediatamente pensó: “Dios debe estar bastante ocupado resolviendo problemas del mundo, como
para ayudarme con un neumático ponchado”. Y desistió por algunos minutos.
El sol canicular, el calor insoportable y el
ruido de autos, le llevó a reanudar su pensamiento centrado en Dios. Y oró:
“Señor, ayúdame. Tengo un problema con un neumático, no tengo herramienta y
necesito ayuda”.
Tres minutos después una camioneta se orilló, se
bajó un hombre entrado en años, sonriente, como quien descubre una botella con
agua abandonada en el desierto. “Veo que
se varó. Soy mecánico. ¿En qué puedo ayudarlo?”. Y no solo hizo el trabajo,
sino que además se despidió: “No le
cobraré nada. Quizá otra vez si volvemos a encontrarnos”.
Se alejó hasta perderse en la distancia en su
camioneta color rojo granate. Y Jairo no pudo menos que agradecer a Dios. ¡El
Padre celestial se ocupaba de los pequeños detalles, como comprobó ese día!
Una
escena reveladora sobre la oración
Dios responde a nuestras oraciones con poder. Lo
tenemos claro pero, con frecuencia, lo olvidamos. Pareciera que concebimos en
nuestra mente a un Dios que sólo se ocupa de asuntos de alto nivel, y que
desconoce nuestras pequeñas necesidades.
Estamos equivocados.
La autora y conferencista, Catherine Marshall,
llama la atención al respecto cuando escribe: “Dios insiste en que le pidamos, no porque Él necesite saber nuestra
condición, sino porque nosotros necesitamos la disciplina espiritual de pedir.
De manera similar, el hecho de presentarle peticiones específicas nos obliga a
dar un paso adelante en la fe. La razón por la cual la mayoría de nosotros no
hace peticiones que consideramos pequeñas, es porque creemos que si oramos por
algo definido, y nuestra oración no tiene respuesta, entonces perderemos la
poca fe que nos queda.”(Catherine Marshall. “Aventuras a través de la oración”.
Editorial Betania. EE.UU. 1975. Pg. 16)
Le invito a que considere, cuidadosamente,
cuántas veces pudo haber pedido al Padre celestial algo en apariencia sencillo,
pero no lo hizo. Es una forma de medir nuestra fe, de levantar barreras que
impiden que nos movamos en la dimensión de los milagros, y además, que
disfrutemos al máximo del poder que se desprende de la mano de Dios en
respuesta a nuestro clamor.
En alguna ocasión mientras el Señor Jesús
recorría territorios predicando la Palabra, dos hombres invidentes oyeron del
Maestro. No lo conocían. Lo no habían visto obrar milagros. Desconocían su
origen. Simplemente sabían que era alguien venido de Dios. Probablemente lo
pensaron dos veces antes de pedirle un milagro, pero después de dar vueltas
sobre el asunto. Y se decidieron.
El Evangelio describe la escena de la siguiente
manera: “Mientras Jesús y sus discípulos salían de
la ciudad de Jericó, una gran multitud los seguía. Dos hombres ciegos estaban
sentados junto al camino. Cuando oyeron que Jesús venía en dirección a ellos,
comenzaron a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!».
«¡Cállense!», les gritó la multitud. Sin embargo, los dos ciegos gritaban aún
más fuerte: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!». Cuando Jesús
los oyó, se detuvo y los llamó: —¿Qué quieren que haga por ustedes?
—Señor —dijeron—, ¡queremos ver! Jesús se compadeció de ellos y les tocó los
ojos. ¡Al instante pudieron ver! Luego lo siguieron.”(Mateo 20:29-34. NTV)
Le invito a considerar varios aspectos de manera
que no pasen desapercibidos en el texto:
1. Los dos hombres ciegos
no habían visto al Señor Jesús, no le habían visto obrar milagros, pero habían
escuchado que venía de parte de Dios.
2. Los dos hombres ciegos
quizá pensaron que su necesidad era
pequeña pero clamaron al Señor Jesús.
3. Los dos hombres ciegos
no se dejaron arrastrar por los incrédulos que les instaban a callar.
4. Los dos hombres ciegos
perseveraron en medio de las dificultades, pidiendo por su milagro.
5. Los dos hombres ciegos
fueron específicos en cuanto a qué
necesitaban de Dios.
6. Dios honró la fe de los
dos hombres y les concedió el milagro de ver, a través de la ministración del
Señor Jesús.
El mayor problema es que no sabemos pedir, si lo
hacemos no es conforme debiera, y si realmente eso que pedimos honra y
glorifica a Dios cuando ocurre el milagro, ocurre que no perseveramos.
El apóstol Santiago escribió: “Desean
lo que no tienen, entonces traman y hasta matan para conseguirlo. Envidian lo
que otros tienen, pero no pueden obtenerlo, por eso luchan y les hacen la
guerra para quitárselo. Sin embargo, no tienen lo que desean porque no se lo
piden a Dios.”(Santiago 4:2. NTV)
Estos pasaje que hemos visto hasta ahora, deben
llevarnos a reflexionar sobre el tipo de oraciones que elevamos a Dios, el por
qué oramos y, finalmente, el grado de respuesta que obtenemos cuando oramos. Si
tomamos tiempo para hacer una evaluación juiciosa, sin duda nuestra vida
espiritual será revolucionada; experimentará un giro de 180 grados.
Aprenda
a pedir también las cosas pequeñas
Si usted analiza cuidadosamente una pared,
encontrará que salvo una estructura completa de hormigón, los muros están
compuestos de ladrillos. Muchos. Decenas. Centenas. Y la sumatoria de estos
bloques forma las paredes.
Igual nuestra vida espiritual, más cuando
caminamos en la dimensión de los milagros de Dios: Constituyen la concatenación
de un milagro más otro milagro más otro… Hasta conformar un conjunto. Es allí cuando
podemos decir: “Estoy caminando en la
dimensión de los milagros.”
El Dios en el que usted y yo hemos creído, es un
Dios que siempre, en todo momento, está con nosotros. Por eso, la sumatoria de
pequeños milagros imprime una nueva dimensión a nuestra vida espiritual. Es
confiar en Él, incluso para lo que consideramos intrascendente.
Dios nos permite el crecimiento personal y espiritual cuando oramos... |
El autor y conferencista, Bill MacKartney,
escribe: “Dios no es un Dios a tiempo
parcial. Él está allí para cualquiera que le busque de todo corazón, mente y
alma. Nada nos hará profundizar más en nuestra relación con Dios que la oración
ferviente. La oración es el regalo de Dios para nosotros. Es el espacio donde
Él nos revela una porción de su corazón. Pero sorprendentemente, la oración es
la disciplina más descuidada en la Iglesia hoy.”(Bill MacKartney. “Siga hasta
la meta”. Editorial Unilitt. EE.UU. 1996. Pg. 23)
Dios está allí a su lado. Conoce sus
necesidades. Está atento. Espera que usted le pida lo que necesita. Basta que
usted lo haga. Es cierto, Él conoce de qué necesita, pero espera que usted se
lo diga en su propia voz, como enseñó nuestro amado Salvador Jesucristo: “Sigue pidiendo y recibirás lo que pides;
sigue buscando y encontrarás; sigue llamando, y la puerta se te abrirá. Pues
todo el que pide, recibe; todo el que busca, encuentra; y a todo el que llama,
se le abrirá la puerta.”(Mateo 7:7, 8. NTV)
Perseverancia. Esa es la clave.
Insistir. No darse por vencido. Pedir, pedir, pedir. Así sean cosas en
apariencia pequeñas. Pedir. Dios desea concedernos, pero si lo pedimos,
responde. Pedir y perseverar son esenciales (Cf. Lucas 18:1) Es nuestra
manifestación de dependencia de Dios, del Padre celestial.
Cito nuevamente a la autora y conferencista,
Catherine Marshall, llama la atención al respecto cuando escribe: “Cuando nos vemos confrontados con una
necesidad o un problema, ya se trate de una crisis grande o pequeña, si
confiamos implícitamente en que Dios es nuestro Padre, entonces acudimos a Él
como niños, contándole de la manera más sencilla y directa nuestra necesidad,
pidiéndole que nos ayude.”(Catherine Marshall. “Aventuras a través de la
oración”. Editorial Betania. EE.UU. 1975. Pg. 13)
Cambie
la dinámica de orar
Si quizá se ha medido para pedirle a Dios algo,
como por ejemplo que le ayude a través de alguien con una reparación o tal vez
que le provea para algo tan elemental como pagar los servicios básicos, desde
hoy va a confiar plenamente en Él y sencillamente va a hacerlo. Pedir,
perseverar y esperar. ¡Dios hará el resto!
Nuestro amado Salvador Jesucristo enseñó a sus
discípulos y a nosotros hoy, poco antes de ascender al cielo: “Así que ahora ustedes tienen tristeza, pero volveré a
verlos; entonces se alegrarán, y nadie podrá robarles esa alegría. Ese día, no
necesitarán pedirme nada. Les digo la verdad, le pedirán directamente al Padre,
y él les concederá la petición, porque piden en mi nombre. No lo han hecho
antes. Pidan en mi nombre y recibirán y tendrán alegría en abundancia.”(Juan 16: 22-24. NTV)
Una promesa que se hace realidad cuando pedimos:
Dios desea responder a nuestras oraciones con milagros. No es para mañana, es
para ahora, si nos atravemos a creer. El Dios en el que hemos depositado
nuestra confianza—téngalo siempre presente—es un Dios de poder. Desde hoy:
¡Cambie su dinámica de oración!
Si tiene alguna inquietud, por favor, no dude en
escribirnos a webestudiosbiblicos@gmail.com
o llamarnos al (0057)317-4913705
© Fernando Alexis Jiménez
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