Por Fernando Alexis Jiménez
La idea de recorrer la autopista en una
vieja motocicleta, no solo asaltó a los dos abuelos sino que, tentados por la
brillantez del aparato que a primera vista lucía en buenas condiciones,
decidieron emprender el recorrido a toda velocidad hacia un paraje apartado, en
Norteamérica.
La brisa golpeaba sus rostros generando una sensación de placidez. Conforme
aumentaban el kilometraje, el color verde de los arbustos se mezclaba con el
ocre de las montañas y el asfalto que se perdía en el horizonte, como si
marcharan hacia el infinito.
Aquellos eran instantes de indescriptible emoción. Sin embargo, una piedra en
el camino provocó que salieran de su carril y cayeran ruidosamente sobre el
suelo pedregoso de las márgenes. El golpe los dejó sin sentido. Minutos
después, cuando recobró la conciencia, la mujer comenzó a musitar una oración
pidiendo la ayuda de Dios.
El lugar, además de distante, era poco frecuentado por vehículos. Aún así, un
patrullero de la policía sintió en su corazón dirigir el vehículo hacia aquella
carretera. No entendía bien la razón pero lo hizo. Encontró a lo lejos a la
pareja de ancianos tendidos en la orilla. Tenían heridas de alguna
consideración. Los auxilió y pidió una ambulancia. Tardaría dos horas en
llegar, lo que para el abuelo –todavía inconsciente—sería fatal. El agente
musitó una oración al Señor: “Jesucristo,
respóndeme, sólo tu puedes ayudarlos”.
“Fue coincidencia” aseguró el conductor de una ambulancia
que, minutos antes había recibido una llamada que resultó ser falsa alarma y
cuando pasaba a pocos kilómetros del accidente, captó el mensaje que transmitía
el guarda, pidiendo un vehículo para transportar a los heridos. En poco tiempo
estuvo en el lugar.
El oficial Samuel Mitchell, quien estuvo al frente del caso, atribuyó a un
hecho milagroso el que se desviara de su ruta para atender la emergencia y lo
que para los paramédicos fuera una “coincidencia”.
–No hay duda que Dios intervino en todo el asunto—explicó.
Sin duda usted se pregunta: ¿Cómo aseguramos respuesta a nuestras oraciones? El
interrogante tiene respuesta en puntos que compartimos con usted:
Cuando nuestra confianza está depositada en el Señor, no escucha y responde con
poder. Es un principio infalible. Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros.
En ese orden de ideas, si clamamos en procura de Su ayuda—conforme a Su
voluntad—nos responde con poder.
La Biblia dice que nuestro amado Señor merece toda la alabanza “Porque no menospreció ni
abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que
cuando clamó a él, él le oyó”(Salmos 22:24).
Podemos tener la firme convicción de que nuestras oraciones serán atendidas.
Este no es un principio que aplica a lo personal, también afecta positivamente
nuestra esfera familiar. Si hay crisis, podemos ir a Jesús, nuestro Salvador,
en procura de ayuda. No hay crisis en el hogar, con la pareja o con los hijos,
que Dios no resuelva. Nuestro amado Redentor está a acompañándonos en todo
instante, incluso cuando nos sentimos solos, y nos ayuda a superar las crisis…
Recuerde que la gran diferencia entre quienes recibe de Dios, y los que no, lo
determina la oración. Pasar tiempo delante del Señor. Saber que Él se
manifiesta entre quienes claman.
¿Ya recibió a Cristo en su corazón? Hágalo hoy. ¡Tiene usted la oportunidad de
seguir adelante emprendiendo nuevos días! Si no ha recibido a Cristo Jesús, hoy
es el día para que lo haga.
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