Dios nos ayuda a crecer en la fe |
Fernando Alexis Jiménez
Si algo caracteriza las oraciones de un
cristiano, es el poder que desencadenan. Tocan el corazón de Dios, la fuente de
todo poder, y lo posible se hace imposible. ¿Lo ha pensado así?
Una mujer me escribió desde ciudad de México. Su
esposo andaba de “correrías” con otra
mujer. Ella estaba literalmente desecha, porque todos sus sueños de un hogar
estable, con hijos y hasta nietos, parecía estar al borde del abismo. “No sé qué hacer”, me decía al final del
correo electrónico.
Mi respuesta estuvo orientada a decirle que
reñir con su esposo no daría resultado. Que el verdadero camino estaba en
buscar a Dios que diera la batalla por ella. Que en sus fuerzas no haría más
que empeorar las cosas. Oró y el Señor respondió. Comprobó el poder de la
oración.
Ahora, permítame preguntarle: ¿Siente que sus
oraciones desencadenan el poder divino? Quizá sienta que no hay respuesta
oportuna a su clamor, en cuyo caso le citaré a Nick Vujicic cuando escribe: “Claro que, a veces, no hay respuesta para
nuestras oraciones… ¿Cómo es posible mantener la fe en medio del sufrimiento?
La fe aparece aún en los peores momentos para probarnos la Presencia de Dios.
Incluso en las peores situaciones, las que parecen estar más allá de nuestras
capacidades, Dios sabe cuánto pueden soportar nuestros corazones… En los
momentos más difíciles, siempre mantengo la esperanza de que Dios me dará la
fuerza necesaria para sobrellevar los desafíos y los dolores de cabeza, y que
me esperan días mejores, si no es en esta tierra, entonces ten por seguro que
será en el cielo.”(Nick Vujicic. “Una vida sin límites”. Editorial CEBGE.
Colombia. 2013. Pgs. 52, 53)
Por muchas razones aparentes que haya para
renunciar a la búsqueda de Dios, no podemos olvidar que justamente a través de
la oración experimentamos crecimiento espiritual. No podemos creer que
simplemente por ir a la iglesia y leer la Biblia ya estamos desarrollando
nuestra espiritualidad, es necesario orar. Tanto como el alimento diario o el
aire que respiramos.
Es a través de la oración que nos despojamos de
quienes podamos ser, y nos examinamos delante del Señor, como leemos en las
Escrituras: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en
mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna.”(Salmo 139:23, 24;
Cf. 119:18 NTV)
Ese es un primar gran paso porque reconocemos el
Dios de santidad al que nos estamos dirigiendo. El segundo paso es saber que
justo en Su Presencia y con arrepentimiento sincero, somos perdonados, como
escribió el rey David: “Lávame de la
culpa hasta que quede limpio y purifícame de mis pecados.”(Salmo 51:2. NTV)
Si queremos entonces, que las oraciones que
elevamos ante el Padre celestial, desencadenen poder sobrenatural, es
importante que evaluemos con honestidad, cómo andamos delante de Su Presencia.
Permítame traer a
colación aquello que enseñó el gran evangelista del siglo XIX, Reuben Archer
Torrey: “En respuesta a la oración obtengo
sabiduría para conocer el camino y la fuerza para caminar en Él. Cuando
encuentro a Dios en la oración y contemplo Su rosto, soy transformado de gloria
en gloria a su imagen. Cada día de oración me encuentro más parecido a mi
glorioso Señor.”(R.A. Torrey. “Cómo orar”. Editorial Peniel. Buenos Aires,
Argentina. 2006. Pg. 28)
Es tiempo de ponernos cuentas con Dios. Es el
umbral para que grandes cosas ocurran en nuestras vidas y en las de la misión o
la congregación en la que nos reunimos periódicamente.
Tenga presente en todo momento que orar delante
del Padre celestial produce al menos cuatro impactos:
1. La oración trae cambios
a nuestra vida
2. La oración trae poder a
nuestro desenvolvimiento ministerial
3. La oración produce
transformación entre quienes nos desenvolvemos
4. La oración bendice a
nuestra congregación
Cuando haya voces que le hacen pensar que no
vale la pena orar, rechácelas porque sin duda no vienen del Dios de poder en el
que creemos. Son voces desde el mismísimo infierno que quieren alejarlo del
camino de Poder que hallamos en nuestro Creador cuando oramos. Es hora de
actuar, como nos enseñan las Escrituras (Salmo 119:128 a). Y el primer paso en
esa dirección, la de ver cómo ocurren las transformaciones, es mediante la
oración.
Secretos
que desencadenan el poder de Dios
Todos anhelamos que al orar se desencadene el
poder divino, aquél poder que hace posible lo imposible, que rompe todo
esquema, que no se sujeta a ninguna lógica y que nos lleva a caminar en la
dimensión sobrenatural.
Si le buscamos de corazón, con sinceridad,
rindiendo nuestro corazón, Dios responde. Es aquí donde cabe recordar de nuevo
las sabias palabras del evangelista, Reuben Archer Torrey: “La oración que tiene poder es la oración
que se ofrece a Dios. Muchas de las oraciones tanto públicas como privadas, no
se dirigen a Dios. Para que una oración sea dirigida realmente hacia Dios, debe
haber un acercamiento consciente a Él cuando oramos; debemos tener un concepto
vívido y definido de que Dios está inclinado con su oído escuchándonos mientras
oramos.”(R.A. Torrey. “Cómo orar”. Editorial Peniel. Buenos Aires, Argentina.
2006. Pg. 28)
Dios está ahí, cuando doblamos rodilla en Su
Presencia. Nos escucha. Desea responder a nuestro clamor. Basta que las
oraciones reconozcan que Él es quien lo puede todo, y que en nuestras fuerzas,
siempre llegamos a un callejón sin salida, donde difícilmente podemos cambiar
humanamente lo que sólo desde la dimensión espiritual—aquella donde encontramos
a Dios—puede producirse.
A partir de lo que describe el libro de Los
Hechos en el capítulo 12, encontraremos al menos cinco secretos de una oración
eficaz que comparto hoy con usted:
1.
El pueblo de Dios ora a Dios
¿Quién puede resolvernos los problemas o
transformar las circunstancias y aún personas sino el Dios en el que hemos
creído? Es cierto, nuestra fe se ve confrontada y probada en muchas
circunstancias, pero cualquiera sea la situación, siempre deberemos confiar en
Aquél que hace posible lo imposible.
El pasaje describe que durante el reinado de
Herodes Agripa se liberó una persecución inmisericorde contra los cristianos.
Al ver que esas arbitrariedades agradaban a los judíos, ordenó la muerte de
Santiago—el hermano de Juan—y el encarcelamiento del apóstol Pedro. Lo llevaron
hasta el lugar más profundo de la mazmorra.
¿Qué podían hacer los cristianos? No tenían
poder en el gobierno, enfrentaban la animadversión de gran cantidad de judíos
y, además, uno de sus líderes más sobresalientes estaba encadenado en una fría
celda, a la espera de ser juzgado en escarnio público.
Es necesario perseverar en la fe para ver milagros |
Los creyentes en el Señor Jesús hicieron lo que
usted y yo debemos hacer hoy: Orar. Dice el pasaje Escritural: “Pero, mientras Pedro estaba en la cárcel, la iglesia
oraba fervientemente por él.”(Hechos 12:5. NTV)
Si usted dice creer en Dios, es Dios quien debe
ocupar el centro de su existencia y a quien debe recurrir en toda
circunstancia. No tiene por qué buscar en otro lugar lo que sólo Dios puede
proveerle: Un poder sin límites.
2.
Certeza de que Dios responde a nuestras oraciones
Si algo caracterizó a los creyentes del primer
siglo—y nos debe caracterizar hoy—es la convicción de que Dios responde a
nuestras oraciones (Cf. Hebreos 11:1). No se desanimaron a pesar de la férrea
oposición que enfrentaban. Sabían que habían creído en un Dios de poder. Al
leer de nuevo el versículo 5, hallamos que depositaron toda su confianza en el
Señor cuando todo parecía oscuro, cuando el panorama lucía ensombrecido.
Si pedimos, recibimos. Es algo maravilloso que
nos enseñó nuestro amado Salvador Jesucristo: “Así que les digo, sigan pidiendo y recibirán lo que piden; sigan
buscando y encontrarán; sigan llamando, y la puerta se les abrirá. Pues todo el que pide, recibe; todo el que busca, encuentra; y a todo
el que llama, se le abrirá la puerta.”(Lucas 11:9, 10. NTV)
Le invito para que considere cuidadosamente lo
que enseña este pasaje. Pedir, creer, y esperar. Hay un Dios que nos ama y como
Padre que procura lo mejor para nosotros, responde con poder a nuestras
oraciones.
3.
La clave: Perseverar en la oración
Al principio, con una inmisericorde persecución y
Pedro en la cárcel, pudo embargarlos el desaliento, pero se volcaron a orar. No
dejaron de hacerlo en ningún momento, como explica el texto al señalar que el
centro de reunión de los creyentes estaba avivado en oración: “... la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde
muchos se habían reunido para orar.”(Hechos 12:12. NTV)
El conferencista y autor, Nick Vujicic, nos
alienta con las siguientes palabras: “Una
de las mejores maneras que he encontrado para mantener mi fe cuando nuestras
oraciones no reciben respuesta es acercándome a otros... En mi caso, y en el de
mis compañeros cristianos, la salvación yace en la relación que tenemos con
Dios y en la confianza que depositamos en Su amor y sabiduría.”(Nick Vujicic.
“Una vida sin límites”. Editorial CEBGE. Colombia. 2013. Pg., 53)
Si hemos creído en Dios, sabemos que Él
responderá. Y además, que debemos perseverar, como enseñó nuestro amado Señor
Jesús: “Cierto día, Jesús les contó una historia a
sus discípulos para mostrarles que siempre debían orar y nunca darse por
vencidos.”(Lucas 18:1. NTV)
Un poco más adelante en el tiempo, el apóstol
Pablo instruyó para que “Nunca dejen de
orar.”(1 Tesalonicenses 5:17. NTV)
Si ha renunciado a la oración hoy es el día para
que retome esa búsqueda incesante de Dios, perseverando. ¡Dios responderá con
poder! En esa perseverancia debe poner todo su ser.
4.
Aprender a pedir adecuadamente
La circunstancia que reunía a los primeros creyentes
era la necesidad de que Pedro recobrara la libertad. Clamaron porque sabían que
en el poder sobrenatural de Dios sí era posible. Lo hicieron con perseverancia,
desestimando cualquier voz de desaliento.
El problema que tenemos es que, generalmente, no
sabemos qué o cómo pedir. El apóstol Pablo recomendó que dependamos del mismo
Espíritu Santo para aprender de qué manera orar: “Además,
el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no
sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora
por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.”(Romanos 8:26.
NTV)
Estoy convencido que muchas veces no somos
específicos al orar o que hay detrás de cada oración un interés personal antes
que honrar y glorificar a Dios cuando se produzca el milagro. En el caso de los
creyentes del primer siglo, fue el Señor quien se glorificó cuando se produjo
el milagro.
5.
Unidad cuando oramos
Los creyentes debemos mantener la unidad cuando
oramos. Los cristianos del primer siglo lo hicieron así cuando procuraban la
libertad del apóstol Pedro. Estaban bajo un mismo techo en clamor. ¿Cuándo fue
la última vez que usted asistió a una vigilia de oración?¿Asiste acaso a los
ayunos congregacionales, donde se ora en unidad, o quizá dejó de hacerlo?
El Señor Jesús enfatizó en la necesidad de orar
en unidad: “También les digo lo
siguiente: si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra con respecto
a cualquier cosa que pidan, mi Padre que está en el cielo la hará.”(Mateo
18:19. NTV)
Probablemente usted está necesitando un milagro
de Dios. Debe orar. Es el camino, el más indicado. Y en segundo lugar, confiar
esa petición de oración a otros creyentes.
…Y
el milagro de Dios se produjo
Como consecuencia de la oración, lo que parecía
imposible, se produjo. Leemos en las Escrituras que: “La
noche antes de ser sometido a juicio, Pedro dormía sujetado con dos cadenas
entre dos soldados. Otros hacían guardia junto a la puerta de la prisión. De
repente, una luz intensa iluminó la celda y un ángel del Señor se puso frente a
Pedro. El ángel lo golpeó en el costado para despertarlo y le dijo: «¡Rápido!
¡Levántate!». Y las cadenas cayeron de sus muñecas. Después, el ángel le dijo:
«Vístete y ponte tus sandalias». Pedro lo hizo, y el ángel le ordenó: «Ahora
ponte tu abrigo y sígueme».”(Hechos 12:6-8. NTV)
Me asiste la firme convicción—y usted mismo lo
comprobará—que una vida de oración puede producir transformación en su
existencia, en la de personas que le rodean y en la sociedad en la que se
desenvuelve. Basta que tenga en cuenta los sencillos principios que hemos
compartido hoy. Puedo asegurarle que su vida de oración será dinámica, y como
consecuencia, verá que lo imposible
se hace posible.
Si aún no ha recibido a Jesucristo como señor y
Salvador, hoy es el día para que lo haga porque prendidos de la mano del Señor
Jesús emprendemos el maravilloso camino hacia el crecimiento personal y
espiritual que tanto hemos anhelado. Si tiene alguna inquietud, por favor no
dude en escribirnos a webestudiosbiblicos@gmail.com
© Fernando Alexis Jiménez
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