Dios nos asegura unidad y solidez en la familia |
Fernando Alexis Jiménez
En una reciente reunión
se quejaba una atribulada madre sobre el comportamiento de su hijo. Apenas
comenzó a involucrarse con nuevos amigos, fuera de su círculo de personas
creyentes, experimentó cambios: bebía licor, fumaba marihuana y—estaba
segura—había caído en fornicación. ¿Todavía
se puede hacer algo?
Le explicamos todos que
sí, que era posible hacer algo. Es un proceso que comienza con nuestra propia
transformación al rendirnos a Dios, y que prosigue toda la vida, al vivenciar
nuestra fe en Cristo llevando ejemplo al cónyuge y a los hijos. Es una forma de
vivir que necesariamente impacta y trae cambios a todos.
La responsabilidad que
pesa sobre nuestros hombros es muy grande, pero no estamos solos. Comienza con
cambiar nuestra forma de pensar y de actuar, y perseverar en esa disposición de
corazón. Dios nos ayuda. Él es el eje central porque, si dependemos de Su
poder, lo lograremos. Esto traerá como consecuencia cambios en nuestra vida y
en nuestra familia.
Cambiar los pensamientos, cambiar la vida
¿Cómo reacciona una
persona? Como piensa. Y, ¿cómo piensa una persona? De acuerdo con aquello que
llena su mente. Una ecuación sencilla que explica el comportamiento de toda
persona, en su vida personal, familiar y en sociedad.
Otro elemento que va de
la mano, son el tipo de principios, valores y fundamentos que atesoramos en el
corazón. Son un factor determinante en nuestra existencia y en nuestra relación
con los demás, comenzando desde nuestro círculo más cercano, que es el de la
familia.
Este aspecto en
apariencia tan sencillo pero a la vez tan importante, es el que aborda el
apóstol Pablo cuando instruye: “No imiten
las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los
transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces
aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena,
agradable y perfecta.”(Romanos 12:2. NTV)
Solamente este
versículo, corto pero cargado de una profunda enseñanza, traería una razón
esencial para impactar y transformar su existencia. Tome nota que el apóstol
Pablo nos invita a poner en una balanza las enseñanzas que ha privilegiado la
mundanalidad y tener claro que no corresponden a personas que han nacido de
nuevo en Cristo; en segundo lugar, no solo abandonar esos patrones de
comportamiento equivocados que legitima una sociedad sin principios ni valores,
sino además a dar un paso más: a la dimensión del creyente que se rige por
otras pautas.
En tercer lugar, renovar
nuestra vieja forma de pensar y por último, caminando en una nueva
perspectiva—conforme Dios lo dispone—reconocer que esa vida que el Padre nos
ofrece reúne tres pilares: es buena, agradable y perfecta.
No abandone este
análisis antes de pensar, también, que esa transformación progresiva pero
sólida que logramos en Dios, debe afectar positivamente a nuestro cónyuge y a
nuestros hijos. Un trato y una valoración diferentes, así como el firme
compromiso de transmitirle esos nuevos principios y valores que estamos
experimentando.
Una meta: cambios genuinos
Los cambios para que
sean eficaces, deben ser genuinos. Tener raíces sólidas. Por supuesto, no será
en nuestras fuerzas porque los seres humanos generalmente nos damos por
vencidos cuando surgen dificultades o nuestra vieja naturaleza nos traiciona,
reaccionamos y, en adelante, pensamos que jamás lo lograremos.
Las modificaciones en
nuestros patrones de comportamiento, a nivel personal y familia, deben comenzar
desde adentro hacia afuera. No al revés, porque sería mera apariencia.
Nuestro amado Salvador
Jesucristo lo ilustró de la siguiente manera: “Un
buen árbol no puede producir frutos malos, y un árbol malo no puede producir
frutos buenos. Al árbol se le
identifica por su fruto. Los higos no se recogen de los espinos, y las uvas no
se cosechan de las zarzas. Una persona buena
produce cosas buenas del tesoro de su buen corazón, y una persona mala produce
cosas malas del tesoro de su mal corazón. Lo que uno dice brota de lo que hay
en el corazón.”(Lucas 6:43-45. NTV)
Lo que determina el
grado de influencia que Dios está ejerciendo en nosotros, a través de la
oración, la lectura diaria y sistemática de las Escrituras y una disposición permanente
de Su búsqueda, es la forma como se transforma nuestra forma de pensar y de
actuar, es decir: los frutos.
Si el Señor gobierna
nuestro ser, Él trae cambios y progresivamente vamos experimentando cambios
sólidos que no se modificarán hacia atrás pese a la información con la que nos
bombardea la sociedad, plagada de antivalores.
Comience usted a cambiar, y cambiará su familia |
Tenga presente que la
transformación de un hijo de Dios siempre está relacionada con la forma de
pensar. Renovar nuestra mente. Ese es el secreto. Es posible si nos rendimos de
corazón a Dios. Si reconocemos que los antivalores de la sociedad corrompen el
propósito del Padre para nosotros así como la identidad que debe asistirnos
siempre. Por supuesto, renovar la mente nos traerá un enorme conflicto, pero
podemos vencer con ayuda de nuestro Poderoso Creador.
Someta su mente a Dios
Si deseamos experimentar
cambios que afecten positivamente nuestra vida pero que también traiga impacto
a la familia, es necesario que rindamos nuestra mente a Dios.
El apóstol Pablo lo
expresó con más claridad: Dijo que el paso inicial era someterle nuestros
pensamientos: “Somos
humanos, pero no luchamos como lo hacen los humanos. Usamos las armas poderosas
de Dios, no las del mundo, para derribar las fortalezas del razonamiento humano
y para destruir argumentos falsos. Destruimos todo obstáculo de arrogancia que
impide que la gente conozca a Dios. Capturamos los pensamientos rebeldes y
enseñamos a las personas a obedecer a Cristo; y una vez que ustedes lleguen a
ser totalmente obedientes, castigaremos a todo el que siga en desobediencia.”(2 Corintios 10:3-6. NTV)
Humanamente fracasaremos
en el proceso de cambio, porque a cada paso nos hallamos no solo con obstáculos
físicos sino también aquellos que desencadena desde el mundo espiritual,
nuestro enemigo satanás.
¿Cómo entonces damos la
pelea contra el mundo, es decir contra las tentaciones que desencadena, y a la
vez permanecemos firmes? Mediante la oración, filtrar nuestros pensamientos y
si hallamos que procuran arrastrarnos a la mundanalidad, entregarlos a Cristo
Jesús que es quien nos hace vencedores.
¿Difícil? En absoluto.
Podemos porque Dios está de nuestra parte. El autor y conferencista, Chip
Ingram, señala que “Debemos ser
cuidadosos de no caer en el pensamiento erróneo de que simplemente con llenar
la mente con versículos bíblicos o aislarnos de los males del mundo, se
producirá en nosotros la vida de Cristo. El renovar mi mente está siempre
enfocado en el aor y en las relaciones. En el corazón de toda renovación de la
mente está el deseo de vencer y de disfrutar del Señor Jesús.”(Chip Ingram.
Viviendo al borde”. Living Editores. EE.UU. 2013. Pg. 90)
En alguna ocasión
trabajé como periodista para la esposa de un gobernante de mi país. En cierta
ocasión los empleados les invitamos a una cena en un conocido restaurante de
Cali. Ella amablemente desistió. "Todos
ustedes pueden ir al restaurante que elijan; nosotros, por nuestra condición,
no podemos darnos ese lujo.” Esas palabras me impactaron. Las aplico a la
vida cristiana. Quien no es creyente puede tener las amistades, ir donde los
demás y actuar como todos. En nuestra condición de discípulos del Señor Jesús,
bajo ninguna circunstancia. ¡Somos nuevas
criaturas!
Igual ocurre con nuestra
forma de pensar. No todo pensamiento debe anidar en nuestra mente, sino
aquellos que están en consonancia con la nueva vida de fe. La forma más fácil
de lograrlo es poniendo nuestra mirada en Cristo y en la vida espiritual a la
que estamos llamados, ya que el propósito de Dios es que crezcamos: “Pues Dios trabaja en ustedes y les
da el deseo y el poder para que hagan lo que a él le agrada.”(Filipenses
2:13. NTV)
¿Por qué debemos
cambiar? Porque hay una nueva vida por vivir, plena, llena de victoria y
plenitud en todas las áreas de nuestra vida. No solo experimentaremos cambio y
realización sino que otras personas, en este caso, nuestra familia, verán los
cambios y serán impactados. El entorno del hogar también será transformado.
El primer paso que usted
debe dar y al que le invitamos, es recibir a Jesucristo como el Señor y
Salvador de su vida. Le aseguramos que no se arrepentirá. Él nos lleva a nuevos
niveles de vida. Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirnos a webestudiosbiblicos@gmail.com o
llamarnos al (0057)317-4913705.
© Fernando Alexis
Jiménez
Léanos
en www.bosquejosparasermones.com
y www.guerraespiritual.org
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