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Saber decir las cosas, esencial en las relaciones interpersonales

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Jamás olvide que destruimos o edificamos a partir de lo que decimos

Fernando Alexis Jiménez
Lo dijo sin pensarlo. Rápido. Apenas despuntaba el día. Incluso reconoce que estaba recién levantado. Desde el cuarto de baño, mientras se afeitaba, le dijo a su esposa: “Mira donde dejas tus cosas, y no embolates las mías”. Se quejaba porque ella había colocado en otro sitio su crema de rasurar. Y esas ocho palabras desencadenaron una tormenta. Pasados seis meses, ella aún recordaba el incidente.

            Igual ocurrió con Antonio. Se consideraba un fracasado desde el nacimiento. Y cuando procuramos descubrir de dónde provenía esa equívoca convicción, me relató una escena de su adolescencia. Echó a perder un trabajo de dibujo cuando derramó un vinilo. Imprudencia. Un accidente. A todos nos puede ocurrir. El padre, sin embargo, se percató del error y le dijo: “No servirás nunca para nada”. Y esa frase, que lo hirió en lo más profundo, lo acompañó por años, hasta su juventud, cuando hablamos…


            Las palabras edifican o destruyen. A través de lo que decimos, sentamos las bases para unas buenas relaciones, para estimular a otras personas a obrar bien, a seguir su proceso de cambio o modificar comportamientos, pero también por medio de lo que decimos se genera desaliento.

            ¿Mide usted el alcance de sus palabras con su cónyuge o con sus hijos? Probablemente les haya herido sin proponérselo. Reaccionan con rebeldía o tal vez con resentimiento. El factor determinante para ese comportamiento han sido sus palabras. Tal vez causó profundas heridas que han dejado huellas imborrables.

            ¿Ya evaluó cómo andan sus relaciones interpersonales? Hoy es esencial que haga un alto en el camino con el fin de determinar si ha provocado daños emocionales y de qué manera puede aplicar correctivos, con ayuda de Dios. Recuerde siempre que cambiamos la forma de hablar, cambia nuestra vida y mejora el trato con nuestro cónyuge y los hijos.

¿Dónde comienza todo?

Quizá en su familia ha experimentado lo doloroso que es convivir con un cónyuge agresivo, que no sabe expresarse y causa daño con sus palabras. Su condición violenta que se manifiesta con lo que dice, tiene varios factores de origen.

            Los especialistas coinciden en asegurar que puede originarse en la infancia y proceso de adolescencia. Termina replicando el comportamiento que aprendió de sus padres, entre ellos, los vocablos vulgares. Un segundo elemento, lo constituyen las amistades. Terminan ejerciendo una influencia negativa en su forma de pensar y de actuar. Le sigue la influencia de los medios de comunicación y se continúa con el entorno social. Aprendemos de manera inconsciente de cuanto vemos y oímos alrededor.

            La cultura es otro factor determinante. Quizá nos criaron con la convicción de que en una selva de cemento sobreviven los más agresivos, agresividad que se manifiesta con palabras soeces.

Sus palabras revelan lo que guarda el corazón

Los seres humanos somos reactivos por naturaleza. Terminamos obrando a partir de estímulos, y si sentimos que alguien nos agrede, respondemos con la misma intensidad o aún con una intensidad mayor a la que nos provocó. El Señor Jesús advirtió: Una persona buena produce cosas buenas del tesoro de su buen corazón, y una persona mala produce cosas malas del tesoro de su mal corazón. Lo que uno dice brota de lo que hay en el corazón.”(Lucas 6:45. NTV)

            Sobre esa base, si no hay una renovación de nuestro mundo interior, nuestras reacciones pondrán de manifiesto la amargura, odio, resentimiento, dolor y todos los sentimientos negativos que anidamos.

            Dios desea ayudarnos en el proceso de transformación, para que no sigamos destruyendo a la familia a partir de palabras hirientes; sin embargo, el Señor no nos obliga. Es una decisión nuestra y nada más que nuestra, como escribe el apóstol Pablo: “Líbrense de toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta.”(Efesios 4:31.NTV)

            Si disponemos el corazón, nuestro amado Padre celestial nos ayuda en el proceso de cambio y crecimiento—tanto personal como espiritual—que terminará ejerciendo una influencia positiva y transformadora en el hogar.

No se deje provocar de los demás

Cuando tenemos alguna diferencia con nuestro cónyuge, lo primero que saltan son las palabras agresivas. Cargamos nuestras expresiones de rabia, y cada frase termina siendo demoledora. El problema es que—generalmente—hieren los sentimientos del otro. Somos reactivos y no medimos el alcance de cuanto decimos.

            El rey Salomón aconsejó que no nos dejemos provocar, y sugiere que si nos ofenden, lo apropiado no es responder con el mismo tono: La respuesta apacible desvía el enojo, pero las palabras ásperas encienden los ánimos.”(Proverbios 15:1. NTV) Cuando usted responde apaciblemente, lo más probable es que su cónyuge reconozca que está actuando de forma equivocada. Si no es así, igual, siga guardando la compostura con ayuda de Dios.

            El apóstol Pablo insiste que nuestra forma de expresarnos debe ser mesurada siempre y bajo toda circunstancia: Que sus conversaciones sean cordiales y agradables,  a fin de que ustedes tengan la respuesta adecuada para cada persona.”(Colosenses 4:6. NTV)
 
Muchas vences andamos causando daño
a otros a través de nuestras palabras
            Ser cuidadosos al expresarnos y responder a cuanto nos dicen, no solamente llevará a que mantengamos unas buenas relaciones interpersonales, sino además, a evitar causarle dolor a nuestra familia por hablar sin pensar.

Ofrezca ejemplo con palabras y acciones

Como padres de familia, ejercemos una poderosa influencia en nuestros hijos. Ese es el motivo por el cual debemos ser cuidadosos cuando hablamos. No podemos desmedirnos al decir las cosas, causando daño con nuestras expresiones.

            La importancia de brindar ejemplo la brindó el propio apóstol Pablo cuando escribió: Amados hermanos, tomen mi vida como modelo y aprendan de los que siguen nuestro ejemplo.”(Filipenses 3:17. NTV)

            ¿Y cómo brindamos ejemplo? Cuando somos muy cuidadosos al responder a una eventual provocación de nuestro cónyuge. Recuerde que para reñir hacen falta dos personas, pero si usted elude la confrontación, sin duda el altercado no irá más allá, como escribe el proverbista: Comenzar una pelea es como abrir las compuertas de una represa, así que detente antes de que estalle la disputa.” (Proverbios 17:14. NTV)

            No olvide jamás que por grave que haya sido el incidente, usted y yo debemos respeto al cónyuge, tal como enseñan las Escrituras: “De la misma manera, el marido debe amar a su esposa como ama a su propio cuerpo. Pues un hombre que ama a su esposa en realidad demuestra que se ama a sí mismo… Por eso les repito: cada hombre debe amar a su esposa como se ama a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido..”(Efesios 5:28, 33. NTV)

            Si disponemos nuestro corazón para ser transformados por el Señor, Él nos permitirá imprimir cambios en nuestra forma de pensar y de actuar, y por supuesto, en la forma como nos expresamos. Recuerde siempre—que no se le olvide jamás—que a través de las palabras edificamos o destruimos.

Si tiene alguna inquietud, escríbanos a webestudiosbiblicos@gmail.com o llámenos al (0057)317-4913705
© Fernando Alexis Jiménez
¿Está dispuesto a que su familia siga así, estancada, sin cambiar? http://altarfamiliar.wordpress.com/2013/08/13/piensa-su-familia-seguir-en-el-mismo-letargo-de-siempre/
¿Desea cambiar? Haga un alto en el camino y examine su vida http://devocionalesdiarios.wordpress.com/2013/08/13/es-necesario-hacer-un-alto-en-el-camino/

¿En qué se parecen los valientes del rey David y quienes sirven a Dios hoy? http://www.bosquejosparasermones.com/2013/02/los-valientes-de-david-y-quienes-sirven.html

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