Es importante hacer un alto en el camino y no seguir ofendiendo al cónyuge; hay que perdonarle |
Fernando Alexis Jiménez
Cuando emprendemos el noviazgo, no se ve sino lo bueno
de cada uno de los componentes de la pareja. De hecho, todo nos parece
maravilloso en la otra persona. Lo complejo se produce cuando pasa el tiempo y
comprobamos que sí hay fallas, conductuales o de palabras, que terminan
generando heridas. Y esas heridas emocionales van agigantándose conforme pasa
el tiempo y llevan al resquebrajamiento de la unión.
Uno de los problemas más frecuentes en la
relación de pareja son las ofensas mutuas, que terminan por resquebrajan y
posteriormente desmoronar la relación matrimonial. Los especialistas coinciden
en asegurar que producen—a la postre—el distanciamiento y divorcio emocional,
previo a la separación.
Nuestro propósito permanente debe ser
identificar dónde hay fallas en la relación conyugal, y disponer el corazón
para el perdón. Al respecto cabe citar al autor, Gary Rosberg, cuando escribe: “Lo que queremos lograr, como matrimonios y
como pareja, es lograr el compromiso de tratar el dolor y el enojo, de resolver
los conflictos, de perdonar al ofensor y de renovar la relación. La meta es
llevar la relación a un nivel de sanidad, de apertura, de unidad que te ayude a
ser aceptado y conectarte de nuevo en la relación.”(Gary y Barbara Rosberg.
“Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2002. Pg. 80)
Como familia nos integramos para crecer
juntos, vivir momentos gratificantes, enfrentar dificultades y salir airosos
con ayuda de Dios. ¿Qué ocurre cuando hay dificultades? Primero, comprender que
son apenas previsibles en la pareja, pero en segundo lugar, orar a Dios que no
se contamine nuestro corazón con resentimiento y rencor (Cf. Proverbios 4:23),
producto de las ofensas que a veces recibimos o generamos, en algunos casos de
manera inconsciente.
Pues bien, como matrimonio contribuimos a
satisfacer las necesidades espirituales, emocionales y físicas del otro,
prodigar respeto y honra como lo pedimos también, aprender a convivir en pareja
(Cf. Romanos 12:10, 18), y tener la suficiente madurez para reconocer que es
necesario dar de nuestra parte para que la relación sea sólida.
De la ofensa al dolor
Cuando decimos algo inapropiado a nuestra pareja, le
ofendemos. Pueden ser palabras o gestos los que terminan causando dolor. Estos
incidentes terminan sembrando tristeza, desaliento y en ocasiones,
distanciamiento en clara contravía de nuestro mayor compromiso: desarrollar la
relación matrimonial y sentar las bases para su sostenibilidad en el tiempo.
Los matrimonios hoy día se ven amenazados
por los vientos de divorcio. ¿Qué si provenimos de un hogar disfuncional donde
hubo separación? Nos corresponde romper esa cadena y evitar que ese ciclo
destructivo se repita en nuestra relación de pareja.
Recuerde los tres pasos del conflicto:
a.
Ofensa (Motivo)
b.
Dolor (Reacción)
c.
Enojo (Consecuencia)
El enojo es el nivel más alto, pero Dios
nos enseña que debemos aprender a manejarlo y no incurrir en pecado (Efesios
4:26) Tenemos la opción de seguir guardando el enojo y no decir nada, hasta que
inevitablemente estallamos, o disponernos con ayuda del Señor, a perdonar la
ofensa.
La forma como percibimos las ofensas varía en cada uno
y depende, fundamentalmente, de la crianza, valores, enseñanzas que hemos
recibido e incluso, la forma como nuestros padres reaccionaban ante la ofensa,
lo que a su vez nos marca.
Es necesario que perdonemos las ofensas del cónyuge |
Disponiéndonos
para el perdón
Cuando tenemos dificultades como pareja, generalmente
creemos que somos quienes más vulneración y ofensas han sufrido. Se trata, por
supuesto, de una percepción muy subjetiva. La realidad es que no importa
cuantas veces ha sido ofensor o víctima, lo importante es reconocer que también
hemos ofendido y lastimado a nuestro cónyuge y necesitamos pedir perdón y perdonar
con humildad y mansedumbre.
La autora, Dora Tobare, en su blog define
el perdón no como abrir espacios para que nos sigan atropellando
emocionalmente, sino para resolver los conflictos que minan la relación de
pareja: “Perdonar no es aceptar lo
inaceptable ni justificar males como maltratos, abusos, faltas de
solidaridad o infidelidades. Tampoco es hacer de cuanta que no ha pasado nada.
Eso sería forzarnos o ignorar la realidad y a acumular
resentimientos. Igualmente, perdonar no es tratar de olvidar lo que
me han hecho, pues siempre es bueno aprender de lo vivido. Perdonar es sobre
todo liberarse de los sentimientos negativos y destructivos,
tales como el rencor, la rabia, la indignación, que un mal padecido nos
despertó y optar por entender que está en mis manos agregarle sufrimiento al
daño recibido o poner el problema donde está: en la limitación que tuvo mi
cónyuge de amar mejor, en una determinada circunstancia.”. El asunto es
claro: Perdonar es ante todo, liberarnos de una pesada carga.
¿Qué si las ofensas han sido graves? Por
supuesto no lograremos que la sanidad interior se produzca el mismo día.
Recuerde que quien debe intervenir para sanar las heridas es nuestro Señor
Jesús, quien toma nuestras cargas y nos libera de todo peso de rencor o
resentimiento (Mateo 11:28, 29; Isaías 53:4).
El primer paso, entonces, es que Dios
ministre sanidad en nuestro mundo interior. Esto lo hacemos en oración, en
intimidad con Él. Un segundo paso es disponer el corazón. Abrirnos a la
posibilidad de perdonar y mostrar esa actitud perdonadora al cónyuge.
Cuando Dios haya abierto las puertas, en
una tercera fase, está el confrontar—sin ánimo de polemizar o abrir nuevas
heridas—en dónde estamos fallando mutuamente. Es un proceso en el que nos ayuda
Dios. El circulo se cierra con la restitución que debemos hacer por las
ofensas, y que parte de un compromiso decidido—delante del Señor—de no incurrir
en los mismos errores otra vez. ¡Dios desea ayudarnos en todas las etapas!
Debemos
perdonar al cónyuge
Perdonar no es fácil pero sí muy necesario: Perdonar
al cónyuge cuando nos ha causado daño. ¿Por qué se torna difícil? Por las
heridas emocionales que desencadenan las faltas de respeto graves, juicios
injustos, violencia verbal o física, maltrato, traición, engaños y cosas por el
estilo, son frecuentes en muchos matrimonios y son a la vez muy difíciles de
perdonar.
Es posible que su pareja no haya medido el
alcance de la ofensa o quizá se le dificulta pedir perdón. Puede ver el asunto
como alto previsible o normal. Ese comportamiento inconsciente genera aún más
resentimiento en la víctima.
La verdad es que la gran mayoría de
matrimonios sin distingo del nivel espiritual somos susceptibles a conflictos y
heridas emocionales que afectan sus relaciones.
Una persona víctima de violencia doméstica agresiva, debe buscar ayuda
de inmediato con un familiar o una amistad cercana y llamar a las autoridades
respectivas.
No debe permitir que pase más de una vez,
porque si lo hace, el agresor interpreta que usted nunca le acusará y se
sentirá alentado a continuar el abuso.
Si usted ha sido víctima de heridas no
violentas, pero muy dolorosas emocionalmente, debe aprender a perdonar y
liberarse de los pensamientos negativos que pueden provocar los rencores no resueltos.
Estamos llamados a perdonar, y algo más: bendecir a nuestra pareja. Recuerde lo
que enseña el apóstol Pedro: “No devolváis
mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo,
sabiendo que fuisteis llamados a heredar bendición” (1 Pedro 3:9)
La naturaleza de Dios es el amor, la
misericordia y el perdón, como enseña el apóstol Juan: “Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados
y limpiarnos de toda maldad.”(1 Juan 1:9)
Si Dios perdona nuestros errores – y valga
decir que cometemos muchos cada día--, y de paso ofrecernos una nueva
oportunidad, igual debemos hacerlo nosotros. También esto es lo que aprendemos
de las enseñanzas del apóstol Pablo: “Antes sed
bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como
Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.(Efesios 4:32).
Recuerdo el caso de una joven mujer que, pese
a los ruegos de su marido, se negó a perdonarlo. Es más, llegó el momento en el
que literalmente le echaba de casa. La situación se tornó insostenible hasta
que él decidió marcharse. Luego era ella quien estaba buscando restablecer la
relación, la que dicho sea de paso, se resquebrajó totalmente. El orgullo no es
buen consejero, ni ahora ni nunca. Además, no aprendimos de Dios sobre el
rencor sino sobre el amor y el perdón.
Al respecto cabe recordar lo que enseña el
autor y conferencista, Gary Rosberg: “Es trágico que la mayoría de las parejas no tienen idea de cómo
tratar las ofensas y de cómo recuperar la salud en las relaciones en su
matrimonio. ¿Por qué? Porque pocos han aprendido a manejar las desilusiones.
Entonces, en lugar de sanar la herida, permiten que sus corazones se endurezcan
y, los problemas y frustraciones, quedan sin resolver.”(Gary y Barbara Rosberg.
“Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2002. Pg. 80)
No podemos
olvidar jamás que
nuestro matrimonio es muy valioso, por encima delas dificultades que haya. Dios
creó la
familia, ama la familia, cuida de la familia y—sin duda—nos ayuda a resolver los problemas que surjan
al interior del hogar.
No deje pasar este día sin que le abra las
puertas de su corazón a Jesucristo. Le aseguro que no se arrepentirá. Si tiene
alguna inquietud, escríbanos a webestudiosbiblicos@gmail.com
o llámenos al (0057)317-4913705
© Fernando Alexis Jiménez
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