Dios desea que haya unidad en la relación de familia |
Por
Fernando Alexis Jiménez
Si hay una decisión que
reviste importancia y que resulta trascendente porque termina ejerciendo
influencia entre quienes nos rodean, es la decisión de emprender cambios internos—en
nuestra forma de pensar y de actuar—pero también con nuestra familia. Dios nos
ayuda en todo el proceso, pero es necesario que dispongamos nuestro corazón.
Ese es el primer paso, el segundo, la Perseverancia. Llegar a la meta: Una
familia transformada por el poder del Señor.
Decididos a traer cambios en el hogar
Nicodemo se amparaba en
las sombras de la noche. Caminaba furtivamente mirando a todos lados. No quería
ser visto. Prefería el anonimato. Y en ese ambiente de clandestinidad se
encontró con el Señor Jesús. Lo llenó de gozo tenerlo frente a él, y le abrió
su corazón: “—Rabí —le dijo—, todos sabemos que
Dios te ha enviado para enseñarnos. Las señales milagrosas que haces son la
prueba de que Dios está contigo. Jesús le respondió: —Te digo
la verdad, a menos que nazcas de nuevo, no puedes ver el reino de Dios.
—¿Qué quieres decir? —Exclamó Nicodemo—. ¿Cómo puede un hombre mayor volver al
vientre de su madre y nacer de nuevo? Jesús le contestó: —Te
digo la verdad, nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace de agua y del
Espíritu.”(Juan 3:2-5. NTV)
Un diálogo que confrontó todo su
ser, que lo estremeció, que lo hizo evaluar su propia existencia. Lo llevó a
recordar que era fariseo, ceñido a la Ley, tradicionalista, piadoso que si bien
era un próspero comerciante, anteponía sus convicciones de fe a todo cuanto
hacía.
Todos los seres humanos llegamos a
un punto crítico. Puede ser a nivel familiar cuando comprobamos que el nivel de
conflictos aumenta con la pareja o con los hijos. También puede ocurrir en el
trabajo cuando no nos llevamos bien con los compañeros y reconocemos que
debemos cambiar, o con los vecinos o donde quiera que nos desenvolvamos
socialmente.
¿Está atravesando en casa una
situación difícil? Es tiempo de hacer un alto en el camino y evaluar en qué
estamos fallando y disponernos a cambiar, con ayuda de Dios.
Jesús al
responder a Nicodemo, le dijo: “El ser humano solo puede reproducir la vida humana, pero la vida
espiritual nace del Espíritu Santo. Así que no te sorprendas cuando digo:
“Tienen que nacer de nuevo”.
El viento sopla hacia donde
quiere. De la misma manera que oyes el viento pero no sabes de dónde viene ni
adónde va, tampoco puedes explicar cómo las personas nacen del Espíritu.”(Juan 3:6-8. NTV)
Negarnos a cambiar, dilatar la
decisión, permanecer inermes ante la realidad: los problemas siguen sin
resolverse a nivel familiar, no hace más que agravar los conflictos. ¡Hoy es el
día para tomar la determinación de cambiar!
Gary Chapman, el afamado autor y
conferencista, lo explica en los siguientes términos: “Lamentablemente muchas personas han llegado a
un punto de desesperación en su matrimonio. Miles de personas pueden
identificarse con la frustración constante que produce el vivir con un cónyuge
difícil o irresponsable. ¿Hay esperanza en esa situación? Sin duda que sí, y
comienza por usted. En primer lugar debe adoptar una actitud positiva. Si
buscamos a Dios Él puede cambiar nuestra forma de pensar, lo cual a su vez
transformará nuestros patrones de comportamiento.”(Gary Chapman. “Devocionales
Diarios Cinco Lenguajes del Amor”. Ago. 11. Tyndale House Editores. 2012. EE.UU.)
Podemos seguir como hasta ahora, manteniendo un alto
nivel de confrontación en casa, o podemos reemprender el camino y modificar
aquellos patrones de comportamiento que resultan destructivos para todos. Es
una decisión que nadie más que nosotros podemos y debemos adoptar. Puedo
asegurarle que si se evalúa hoy y se decide por su hogar, por su familia, por
su cónyuge, por sus hijos, su vida y la de todos alrededor serán diferentes.
Si somos una familia unida, somos un equipo ganador
Cada día crece el número
de parejas que terminan su relación con una abrupta separación. “No nos entendimos.” O Quizá: “No nacimos el uno para el otro”, suelen
ser las excusas. Y sin más, con un sencillo trámite judicial, se le da término
a una unión que, de acuerdo con las Escrituras, fue concebida para largo
tiempo.
Un amigo Juez me compartí con sorpresa, la infinidad de
argumentos que se esgrimen. Aunque fallan en Derecho—es decir conforme lo manda
la Ley--, encuentran que los componentes de la pareja buscan muchas argucias
para encontrar el camino más rápido al divorcio.
“Alguien procuraba
la separación porque su cónyuge, una mujer joven pasadita de kilos, roncaba”,
me dijo al tiempo que compartió su inquietud porque no se trataba de
infidelidad sino de un pretexto del marido para emprender la huida.
El afamado autor y conferencista, Gary Chapman, enseña lo
siguiente: “Después de pasar años
discutiendo por sus diferencias, las
parejas a menudo llegan a la conclusión de que tales diferencias son
irreconciliables. De hecho esa incompatibilidad –o diferencias
irreconciliables—a menudo se presentan como fundamento para lograr el divorcio.
Sin embargo, después de treinta años de consejería matrimonial, estoy
convencido de que no hay diferencias irreconciliables, sino que existen
personas que se niegan a reconciliarse.” (Gary Chapman. “Devocionales Diarios
Cinco Lenguajes del Amor”. Jul. 27. Tyndale House Editores. 2012. EE.UU.)
El matrimonio no es, no ha sido ni nunca será la salida a
las crisis del hogar, y en particular, de la relación de pareja.
El Señor Jesús despejó interrogantes respecto al divorcio
cuando lo abordaron algunos religiosos de la época: “Unos
fariseos se acercaron y trataron de tenderle una trampa con la siguiente
pregunta: —¿Se permite que un hombre se divorcie de su esposa por cualquier
motivo? Jesús respondió: —¿No han leído las Escrituras? Allí
está escrito que, desde el principio, “Dios los hizo hombre y mujer”. —Y
agregó—: “Esto
explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y
los dos se convierten en uno solo”. Como ya no son dos sino uno, que nadie
separe lo que Dios ha unido.”(Mateo 19:3-5. NTV)
No hay fundamento para decir: “No puedo seguir unido en matrimonio”. El propósito original de Dios fue la unidad
de la pareja no su disolución. Una de las principales motivaciones de nuestra
búsqueda de Dios debe ser que la relación matrimonial se fortalezca no que se
vaya a terminar por el orgullo que nos impide reconocer que fallamos, que no
toda la responsabilidad recae en los hombros de nuestro cónyuge y que siempre
hay oportunidad de comenzar el proceso de cambio. En esa meta no estamos solos
porque nuestro amado Dios nos afianza y fortalece para lograr modificaciones en
nuestros patrones de comportamiento con el cónyuge y con los hijos.
No podríamos terminar esta reflexión sin antes invitarle
para que reciba al Señor Jesús como su Señor y Salvador. Puedo asegurarle que
no se arrepentirá.
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