El mejor tiempo que podemos invertir es en la familia |
Fernando Alexis Jiménez
Si de algo se sintió orgulloso Ramiro desde su
niñez, fue de la buena presentación. Siempre impecable. Incluso, la preocupación
por lucir bien se apreciaba incluso en
el corte de cabello y el peinado. En su adolescencia y cuando comenzó la
universidad, creía que sería un triunfador. “Tengo la apariencia de un ganador” solía repetir sonriente.
Hoy
parado frente al espejo, concluía que de nada había servido tanto esfuerzo. Es
cierto, gozaba de buenos ingresos pero, a cambio, trabajaba 16 horas
diariamente. Su rostro lucía ajado, la mirada marchita, el cabello se le caía
con más frecuencia de lo que pudiera desear y hasta sus pasos—lentos—revelaban
cansancios. ¡Tanto trabajar había rendido sus frutos! Su vida era un ciclo sin
fin, como un ratón de laboratorio en una rueda giratoria… avanzar, avanzar sin
llegar a ninguna parte.
Cada
vez que me desplazó a algún lugar a dictar conferencias, veo en los rostros las
mismas características de Ramiro: Hombres sin paz interior, cansados de
trabajar que repiten, cada mañana, la misma rutina: del hogar al trabajo, del
trabajo a casa, dormir cansados, y reemprender el proceso. Pero no es un caso
excepcional el de los hombres, también las mujeres. Amas de casa apesadumbradas
que lamentan haber contraído matrimonio, o ejecutivas que no ven la hora de
terminar la jornada para emprender una segunda: la jornada del hogar.
Pregúntese
por un instante: Los seres humanos fuimos concebidos para trabajar, o para
vivir. Y lo digo porque la esencia de todo es: Trabaje para vivir, no viva para
trabajar. Si perdemos el gusto hasta por trabajar, la existencia se tornará
monótona y pesada.
En
ese trasegar, ponemos en peligro nuestras relaciones a nivel familiar e
interpersonal con quienes nos desenvolvemos. Terminamos encerrados en los dos
metros cuadrados de nuestro cubículo en la oficina. ¿Ese fue el propósito
eterno de Dios para los seres humanos? Sin duda que no.
Leí
un autor cuya reflexión comparto con usted, porque refleja la importancia de
hacer un alto en el camino y evaluar si somos esclavos del trabajo: “Quizá como resultado de tanto trabajar,
su familia esté desintegrándose lentamente. O quizá las largas jornadas
laborales le han hecho ganar peso, y le preocupa el daño que el estrés esté
haciendo a su cuerpo. Tal vez está simplemente harto de trabajar tanto, y a
punto de estallar si no se produce un cambio. Probablemente desea volver a
invertir su tiempo en otras cosas que ama, o al menos tener algunas opciones en
su utilización… pero le apuesto que no sabe cómo llegar allí. Ahora es el
momento para salirse de ese río rugiente que llamamos carrera… siquiera por
unos instantes, y explorar el horizonte para determinar cómo podemos llegar al
final. Desde la orilla opuesta las cosas parecen ser más claras.” (Todd
Duncan. “La trampa del tiempo”. Grupo Nelson. 2004. EE.UU. Pg. 29)
Tiempo de hacer
un alto en el camino
Hasta tanto hagamos un alto en el camino, no podremos
vivir a plenitud. Es importante evaluar en qué estoy fallando al invertir el
tiempo y, también, cuáles de nuestras tareas son realmente importantes. Estos
sencillos interrogantes nos permitirán poner límites y no caer en una carrera
sin fin.
Jamás olvidemos que todo tiene
su tiempo, como escribió el rey Salomón: “Alégrate en el día de la prosperidad, y en el día de la
adversidad considera: Dios ha hecho tanto el uno como el otro para que el
hombre no descubra nada que suceda después de él.”(Eclesiastés
7:14. La Biblia de Las Américas)
Usted y yo no somos ratones de laboratorio. Somos
personas, con expectativas, sueños, esperanzas, ganas de vivir. Hoy es el día
de poner freno y levantar barreras a ese afán compulsivo de trabajar, incluso
de llevar tareas de la oficina a la casa. Hay tiempo para trabajar, pero
también tiempo para descansar. Hay tiempo para la oficina, pero también para
nuestra familia. ¿Lo había pensado así?
No podría despedirme sin antes invitarle para que
le abra las puertas de su corazón a Jesucristo. Hágalo ahora. No se
arrepentirá.
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